El tiempo fluye, ¡y de qué manera! Palabra atribuida al poeta Virgilio que alcanza a todos.
Es irreversible incluso para un músico como José Luis Benlloch, creador de enorme talento y tesón que lleva más de tres décadas forjando en su fragua pequeñas y silenciosas piezas de música. Inalterable solo en su forma corpórea, pues en todo lo demás trasciende a las leyes de la física. Sus lisérgicas melodías, arraigadas al espíritu numantino de los poetas del ayer, rara vez salen de su pequeño estudio, y si lo hacen, aunque solo sea por un breve espacio de tiempo, es para que unos cuantos privilegiados se deleiten con sus delicatesen. Ahora, algunos años después, este corpus musicae, tan impresionante como adictivo, cobra vida en este trabajo discográfico que recopila 30 años de carrera, o expuesto de otra forma, a mi manera: 30 años y un día… Curiosa y gráfica manera de definir toda una vida dedicada al arte, actividad que renace en las hábiles manos de este hacedor de historias.
Tres décadas para cantar a Icaro, a Gaya o a Salzillo, y un solo día para empezar una nueva aventura que volverá a desafiar al más cruel de todos los seres mitológicos. Abstraerse con la música de José Luis Benlloch conduce a un fascinante estado de euforia en el que de alguna manera el tiempo se detiene. Esa es su magia. Por tanto, 30 años y un día no son los versos del poeta romano, son las palabras de alguien que ha trascendido en todos los sentidos los límites de la temporalidad…